Yo, modestamente, soy el mejor del mundo.
Tengo la modestia exacerbada
que exalta mi orgullo como a un león.
Modestamente me peino una cabellera
tan sedosa como la piel de un guepardo.
Desorbitadamente y sin exagerar
puedo decir, modestamente,
que tengo el rostro como un verdadero sol radiante,
unas manos de Sansón,
unos labios dignos de un arcángel.
Tengo la necesidad de ocultar mis otras dotes
para evitar que una manada de mujeres
se me cuelgue de las rodillas.
Con la más elocuente modestia
concurro a conferencias sobre arqueología aborigen,
procurando no despegar los labios
con tal que no se percaten
de mi más unánime inteligencia
y mi modestia.
Modestamente, trataré de escribir
sin que el talento me brote por los poros
a fuerza de que nadie salga humillado
en sus más hondos sentimientos humanos.
Pero creo que será mejor dejar de acariciar la belleza
con mi pluma excelsa,
y quiero, para terminar,
que quede bien claro que, si yo no hubiese existido,
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